Columna publicada por Osvaldo Retondaro en Diario de Navarra - 15 de septiembre de 2014
En los últimos años la palabra
innovación se suele escuchar en diferentes ámbitos: desde los empresarios que
promueven sus innovadores productos, hasta los políticos que tratan de
convencer a la ciudadanía con propuestas innovadoras. Nutricionistas que
prometen que se adelgazará con sus innovadoras dietas, chefs que difunden la
innovación en los fogones, y así innumerables ejemplos.
Como en otras ocasiones, cuando
una palabra se usa para todo, puede que su sentido esencial comience a diluirse
y termine siendo un concepto vago e impreciso. Ahora bien, qué razones han
llevado a iniciar la difusión tan amplia de este término.
Parecería que una de las
explicaciones básicas de esta necesidad de innovación, ha sido el instinto de
supervivencia, en este caso, de los empresarios. Hasta hace pocas décadas
atrás, los países de bajos salarios exportaban mayoritariamente materias primas
y, los países desarrollados bienes manufacturados. Junto a la creciente
globalización, se incrementaron los procesos de deslocalización de empresas,
trasladando muchos centros de producción hacia países con costos salariales reducidos
– y mínima protección legal de los trabajadores -. Por ende las empresas
radicadas exclusivamente en países desarrollados, hoy compiten en el mercado
con manufacturas fabricadas en países de bajos salarios. Esto ha provocado que
los empresarios recurran a las estrategias de innovación, en el producto y/o en
el proceso productivo. En el producto, diferenciado, para competir vía calidad
y no vía precio. En el proceso para disminuir los costos de producción sin
alterar los salarios. Cabe recordar que la mayor innovación en el proceso
productivo, la cadena de montaje de los coches Ford, derivó en un incremento
salarial.
En varios países recientemente
industrializados los costos de fabricación se están elevando y ya no resulta
tan interesante trasladar allí la producción manufacturera. De ser así y, al
detenerse una de las causas que impulsó la innovación, ¿esta palabra pasará de
moda?
Trataremos de contestar si la
innovación es solo una burbuja conceptual o una tendencia que continuará
evolucionando positivamente en el largo plazo.
Una de la primeras innovaciones
que surgieron en el mundo ha sido el uso del fuego para cocinar y, varios miles
de años después el desarrollo del lenguaje para comunicarse. Estas dos
innovaciones nos llevaron a convertirnos en humanos. Somos los únicos seres que
cocinamos nuestros alimentos y expresamos nuestros pensamientos. El fuego, que
nos convirtió en omnívoros incorporando una mayor ingesta de proteínas
animales, produce además un efecto de predigestión en los alimentos ingeridos.
La reducción del tiempo dedicado a la alimentación y a la digestión y, en especial la mayor cantidad de energía disponible
en el organismo, facilitó el desarrollo de nuestra masa cerebral, que pasó de 450
cm3 a los 1.250 cm3 actuales. Otros investigadores, como
Faustino Cordón, explican que el cocinar nos hizo humanos, pues en la
comensalidad se fue desarrollando la mayor creación de los hombres, el
lenguaje. Más allá de esa teoría, tener una mayor masa cerebral permitió la
evolución de una comunicación más elaborada y la generación de un sistema de
lenguaje.
Posteriormente en la historia
aparecieron todo tipo de novedades, desde la escritura, hasta la imprenta, de
la penicilina a la bomba atómica, del ordenador a las drogas sintéticas. Pero
en una evaluación costo beneficio, el resultado es que las innovaciones dejaron
una sociedad con mayor valor, por eso al margen de los perjuicios que ocasionan,
son mayoritariamente apreciadas. Pues como con el fuego y el lenguaje, adoptamos
novedades al considerar que nos servirán de ayuda. Este es el objetivo de la
innovación, promover una sociedad de juego de suma positivo, que nos permita a
todos estar mejor que en la situación inicial.
Por otra parte las condiciones
que promueven el desarrollo de las innovaciones como ser mayores grados de
libertad social, incremento de los conocimientos, elevación de los niveles
educativos, mayor información y crecientes grados de comunicación, cantidad de
investigadores trabajando, políticas públicas de I+D, evidenciarían una
tendencia global positiva, aún con un sinfín de contra-ejemplos y la
persistencia de gravísimas limitaciones.
Si bien es muy probable que el
impulsor reciente de la innovación – la competencia con manufacturas elaboradas
con bajos salarios – tienda a disminuir en el mediano plazo, las sociedades
tienen pendiente encontrar solución a desafíos mucho más importantes: alimentar
en forma digna y sana y, mejorar la salud de la población, hacer sostenible
nuestro planeta o, en palabras de Amartya Sen, liberar las capacidades de
cientos de millones de personas que no llegan al umbral de subsistencia, que requerirán
en gran medida de propuestas de innovación social para su solución.
Si consideramos que la
innovación tiene una valoración positiva de la sociedad, junto a un entorno
propicio para la misma y a desafíos sociales que requieren respuestas novedosas,
de la conjunción de estos tres elementos, es esperable que la tasa de cambio de
la innovación continúe siendo crecientemente creciente, más allá de las modas o
del posible desgaste de dicho concepto.
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