sábado, 18 de junio de 2011

CONSUMIDORES Y MERCADOS EN LA REPUBLICA DE PLATON

Se considera de interés dada la temática de este blog, analizar un fragmento de la República de Platón por el tratamiento que realiza de los siguientes temas:

1.         El comportamiento de los consumidores y los beneficios del sistema de mercados.

2.         La especialización y la división del trabajo.

El texto de Platón corresponde a la edición de la República efectuada por el Centro de Estudios Constitucionales (Madrid, 1981) traducida por José Manuel Pabón y Manuel Fernández Galiano (Catedráticos de latín y de griego de la Universidad de Madrid).

En La República, cuyo título original es Régimen o Gobierno de la Polis, Platón analizó el tema de la Justicia y de las formas de gobierno para una Ciudad Estado.

El desarrollo de los temas económicos en este texto, es sólo de orden instrumental y tiene por finalidad explicar el surgimiento de las ciudades. Aún así las ideas desarrolladas por Platón fueron muy importantes e influyeron sobre diversos autores, señalándose hacia el final algunas similitudes y diferencias entre los pensamientos de Platón y de Adam Smith.

1.         El comportamiento de los consumidores y los beneficios del sistema de mercados.

Platón afirma que los consumidores se enfrentan a un número de necesidades que no pueden satisfacer por ellos mismos, debiendo recurrir al intercambio de bienes y servicios. La teoría del valor descripta por Platón, en términos de la economía clásica, se aproxima a las de orden subjetiva. Los consumidores asignan al dinero la función de medio de cambio para facilitar las transacciones en el mercado.
Clasifica a los bienes demandados en dos categorías:

1.1. Bienes necesarios: Alimentación, habitación y vestido.
1.2. Bienes de lujo.

Los agentes económicos concurren voluntariamente al mercado para intercambiar sus bienes, con un mutuo beneficio para los participantes.

La edición realizada por Utet, Turín 1953, cuya traducción corresponde a F. Adorno, cita que; ”...para cierta necesidad, nos juntamos uno con otro, para otras necesidades, con otras gentes, hasta que la multiplicidad de las necesidades reúna en un mismo lugar a cierta cantidad de hombres que se asocian entre sí para darse ayuda recíproca, y a esta convivencia hemos dado el nombre de estado... y cuando uno hace partícipe a otro de lo que hay que repartir, y cuando se hacen intercambios, cada uno actúa en vista de su propio interés...”
La traducción realizada por Antonio Camarero, Luis Farré y Rodolfo Mondolfo para Eudeba tiene características similares.

Los conceptos de ayuda recíproca y propio interés en Platón serían precedentes del principio de la mano invisible en Adam Smith.

2.         La especialización y la división del trabajo.

A fin de satisfacer las necesidades de la sociedad, cada agente económico producirá un tipo de bien en exceso, aquel en el cual está especializado. Dicho exceso se llevará al mercado donde se producirán los intercambios. De este modo constituye las bases de la teoría de la división del trabajo.

Platón, que explicó la división del trabajo por las diferencias naturales entre las personas expresa que:”...no hay dos personas exactamente iguales por naturaleza, sino que en todas hay diferencias innatas que hacen apta a cada una para una ocupación...”

Asimismo esta especialización conlleva una mayor eficiencia en la producción:
...Por consiguiente, cuando más, mejor y más fácilmente se produce es cuando cada persona realiza un solo trabajo de acuerdo con sus aptitudes, en el momento oportuno y sin ocuparse nada más que de él...”

Siglos después esta temática abordada por Platón se transforma en un punto central desarrollado por Adam Smith en La Riqueza de las Naciones, que dedica los primeros capítulos de esta obra a su explicación.

Similitudes y diferencias entre los pensamientos de Platón y Adam Smith:

1. Similitudes:

1.1. El consumidor no puede autoabastecerse y necesita realizar intercambios de bienes y servicios en el mercado. Adam Smith expone que:”...Como uno no puede hacerlo todo, cada individuo logra una especialización que le permite, a su vez, obtener lo que otros pueden hacer. Así se satisfacen las propias necesidades y luego se cambian productos con otros que llegan a su mismo estadio...”

1.2. Los individuos al actuar en vista de su propio interés coadyuvan al bienestar económico general.

1.3. La división del trabajo ayuda a la eficiencia del sistema productivo.

2. Diferencias:

2.1. Para Adam Smith la división del trabajo no es meramente un tema instrumental para alcanzar un objetivo principal como en Platón, sino es central ya que su libro es un tratado de economía. Adam Smith basa la Riqueza de las Naciones en la especialización y la división del trabajo; afirmaba en su libro que: “...la división del trabajo es la causa principal del aumento de la opulencia pública, que está siempre en proporción a la actividad de la gente, y no a la cantidad de oro y plata, como absurdamente se imagina…”; asimismo a mayor división del trabajo, más amplio es el mercado y por ende se incrementa la riqueza de la sociedad.

2.2. Platón consideraba que la especialización se basaba en las diferencias naturales entre las personas. Adam Smith postula que: “...La diferencia en la aplicación de los talentos se da con el tiempo y la dedicación a distintas ocupaciones”.

2.3. Platón hablaba de una división del trabajo sectorial. Adam Smith que vivió en una época con procesos productivos mucho más complejos que Platón, al tratar la división del trabajo lo hará segmentando las funciones al interior de cada proceso, tal como el ejemplo de la fábrica de alfileres.

Fragmento de: LA REPUBLICA DE PLATON.

XI.

- Pues bien – comencé yo –, la ciudad nace, en mi opinión, por darse la circunstancia de que ninguno de nosotros se basta a sí mismo, sino que necesita de muchas cosas 1. ¿O crees otra la razón por la cual se fundan las ciudades?
Ninguna otra – contestó.
- Así, pues, cada uno va tomando consigo a tal hombre para satisfacer esta necesidad y a tal otro para aquella; de este modo, al necesitar todos de muchas cosas, vamos reuniendo en una sola vivienda a multitud de personas en calidad de asociados y auxiliares, y a esta cohabitación le damos el nombre de ciudad ¿no es así?.
- Así.
- Y cuando uno da a otro algo, o lo toma de él, ¿lo hace por considerar que ello redunda en su beneficio?
- Desde luego.
- ¡Ea, pues! - continué -. Edifiquemos con palabras una ciudad desde sus cimientos. La construirán, por lo visto, nuestras necesidades.
- ¿Cómo no?
- Pues bien, la primera y mayor de ellas es la provisión de alimentos para mantener existencia y vida.
- Naturalmente.
- La segunda, la habitación; y la tercera, el vestido y cosas similares.
- Así es.
- Bueno – dije yo -. ¿Y cómo atenderá la ciudad a la provisión de tantas cosas? ¿No habrá uno que sea labrador, otro albañil y otro tejedor? ¿No será menester añadir a éstos un zapatero y algún otro de los que atienden a las necesidades materiales?
- Efectivamente.
- Entonces, una ciudad constará, como mínima indispensable, de cuatro o cinco hombres.
- Tal parece.
- ¿Y qué? ¿Es preciso que cada uno de ellos dedique su actividad a la comunidad entera, por ejemplo, que el labrador, siendo uno solo, suministre víveres a otros cuatro y destine un tiempo y trabajo cuatro veces mayor a la elaboración de los alimentos de que ha de hacer partícipes a los demás?. ¿O bien que se desentienda de los otros y dedique la cuarta parte del tiempo a disponer para él sólo la cuarta parte del alimento común, y pase las tres cuartas partes restantes ocupándose respectivamente de su casa, sus vestidos y su calzado, sin molestarse en compartirlos con los demás, sino cuidándose él solo y por sí solo de sus cosas?
Y Adimanto contestó:
- Tal vez, Sócrates, resultará más fácil el primer procedimiento que el segundo.
- No me extraña, por Zeus – dije yo -. Porque al hablar tú me doy cuenta de que, por de pronto, no hay dos personas exactamente iguales por naturaleza, sino que en todas hay diferencias innatas que hacen apta a cada una para una ocupación.
- ¿No lo crees así?
- Sí.
- ¿Pues qué? ¿Trabajaría mejor una sola persona dedicada a muchos oficios, o a uno solamente?
- A uno solo – dijo 2.
- Además es evidente, creo yo, que, si se deja pasar el momento oportuno para realizar un trabajo, éste no sale bien.
- Evidente.
- En efecto, la obra no suele, según creo, esperar el momento en que esté desocupado el artesano; antes bien, hace falta que éste atienda a su trabajo sin considerarlo como algo accesorio.
- Eso hace falta.
- Por consiguiente, cuando más, mejor y más fácilmente se produce es cuando cada persona realiza un solo trabajo de acuerdo con sus aptitudes, en el momento oportuno y sin ocuparse nada más que de él.
- En efecto.
- Entonces, Adimanto, serán necesarios más de cuatro ciudadanos para la provisión de los artículos de que hablábamos. Porque es de suponer que el labriego no se fabricará por si mismo el arado, si quiere que éste sea bueno ni el azadón 3 ni los demás aperos que requiere la labranza. Ni tampoco el albañil, que también necesita muchas herramientas. Y lo mismo sucederá con el tejedor y el zapatero, ¿no?
- Cierto.
- Por consiguiente, irán entrando a formar parte de nuestra pequeña ciudad y acrecentando su población los carpinteros, herreros, y otros muchos artesanos de parecida índole.
- Efectivamente.
- Sin embargo, no llegará todavía a ser muy grande ni aunque les agreguemos boyeros, ovejeros, y pastores de otra especie, con el fin de que los labradores tengan bueyes por arar, los albañiles y campesinos pueden emplear bestias para los transportes y los tejedores y zapateros dispongan de cueros y lana.
- Pues ya no será una ciudad tan pequeña – dijo - si ha de tener todo lo que dices.
- Ahora bien – continué -, establecer esta ciudad, en un lugar tal que no sean necesarias importaciones, es algo casi imposible.
- Imposible, en efecto.
- Necesitarán, pues, todavía más personas que traigan desde otras ciudades cuanto sea preciso.
- Las necesitarán.
- Pero si el que hace este servicio va con las manos vacías, sin llevar nada de lo que les falta a aquellos de quienes se recibe lo que necesitan los ciudadanos, volverá también de vacío. ¿No es así?
- Así me lo parece.
- Será preciso, por tanto, que las producciones del país no sólo sean suficientes para ellos mismos, sino también adecuadas, por su calidad y cantidad, a aquellos de quienes se necesita.
- Sí.
- Entonces nuestra ciudad requiere más labradores y artesanos.
- Más, ciertamente.
- Y también, digo yo, más servidores encargados de importar y exportar cada cosa. Ahora bien, éstos son los comerciantes, ¿no?
- Sí.
- Necesitamos, pues, comerciantes.
- En efecto.
- Y en el caso de que el comercio se realice por mar, serán precisos otros muchos expertos en asuntos marítimos.
- Muchos, sí.

XII.
- ¿Y qué? En el interior de la ciudad, ¿cómo cambiarán entre sí los géneros que cada cual produzca? Pues éste ha sido precisamente el fin con el que hemos establecido una comunidad y un Estado.
- Está claro – contestó – que comprando y vendiendo.
- Luego esto nos traerá consigo un mercado y una moneda como signo que facilite el cambio.
- Naturalmente.
- Y si el campesino que lleva al mercado alguno de sus productos, o cualquier otro de los artesanos, no llega al mismo tiempo que los que necesitan comerciar con él, ¿habrá de permanecer inactivo en el mercado desatendiendo su labor?
- En modo alguno – respondió -, pues hay quienes dándose cuenta de esto, se dedican a prestar ese servicio. En las ciudades bien organizadas suelen ser por lo regular las personas de constitución menos vigorosa e imposibilitadas para desempeñar cualquier otro oficio 4. Estos tienen que permanecer allí en la plaza y entregar dinero por mercancías a quienes desean vender algo, y mercancías, en cambio, por dinero a cuantos quieren comprar.
- He aquí, pues – dije -, la necesidad que da origen a la aparición de mercaderes en nuestra ciudad. ¿O no llamamos así a los que se dedican a la compra y venta establecidos en la plaza, y traficantes a los que viajan de ciudad en ciudad?
- Exactamente.
- Pues bien, falta todavía, en mi opinión, otra especie de auxiliares cuya cooperación no resulta ciertamente muy estimable en lo que toca a la inteligencia, pero que gozan de suficiente fuerza física para realizar trabajos penosos. Venden, pues, el empleo de su fuerza y, como llaman salario al precio que se les paga, reciben, según creo, el nombre de asalariados. ¿No es así?
- Así es.
- Estos asalariados son, una especie de complemento de la ciudad, al menos en mi opinión 5.
- Tal creo yo.
- Bien, Adimanto; ¿tenemos ya una ciudad lo suficientemente grande para ser perfecta?
- Es posible.
- Pues bien, ¿dónde podríamos hallar en ella la justicia y la injusticia? ¿de cuál de los elementos considerados han tomado su origen?.
- Por mi parte – contestó -, no lo veo claro, ¡oh Sócrates! Tal vez, pienso, de las mutuas relaciones entre estos mismos elementos.
- Puede ser – dije yo – que tengas razón. Mas hay que examinar la cuestión y no dejarla.
- Ante todo, consideremos, pues, cómo vivirán los ciudadanos así organizados. ¿Qué otra cosa harán sino producir trigo, vino, vestidos y zapatos? Se construirán viviendas; en verano trabajarán generalmente en cueros y descalzos, y en invierno convenientemente abrigados y calzados. Se alimentarán con harina de cebada o trigo, que cocerán o amasarán para comérsela, servida sobre juncos u hojas limpias, en forma de hermosas tortas y panes 6, con los cuales se banquetearán, recostados en lechos naturales de nueza y mirto, en compañía de sus hijos; beberán vino, coronados todos de flores, y cantarán laudes de los dioses, satisfechos con su mutua compañía; y por temor de la pobreza o la guerra no procrearán más descendencia que aquella que les permitan sus recursos.

XIII.
Entonces, Glaucón, interrumpió, diciendo:
- Pero me parece que invitas a esas gentes a un banquete sin companage alguno 7.
- Es verdad – contesté -. Se me olvidaba que también tendrán companage: sal, desde luego; aceitunas, queso, y podrán asimismo hervir cebollas y verduras, que son alimentos del campo. De postre les serviremos higos, guisantes y habas, y tostarán al fuego murtones y bellotas, que acompañarán con moderadas libaciones. - De este modo, después de haber pasado en paz y con salud su vida, morirán, como es natural, a edad muy avanzada y dejarán en herencia a sus descendientes otra vida similar a la de ellos 8.
Pero él repuso:
- Y si estuvieras organizando, ¡oh, Sócrates!, una ciudad de cerdos, ¿con qué otros alimentos los cebarías sino con estos mismos?
- ¿Pues qué hace falta, Glaucón? - pregunté.
- Lo que es costumbre – respondió -. Es necesario, me parece a mí, que si no queremos que lleven una vida miserable, coman recostados en lechos y puedan tomar de una mesa vianda y postres como los que tienen los hombres de hoy día.
- ¡Ah! - exclamé -. Ya me doy cuenta. No tratamos sólo, por lo visto, de investigar el origen de una ciudad, sino el de una ciudad de lujo. Pues bien,quizá no esté mal eso. Pues examinando una tal ciudad puede ser que lleguemos a comprender bien de qué modo hacen justicia e injusticia en las ciudades. Con todo, yo creo que la verdadera ciudad es la que acabamos de describir: una ciudad sana, por así decirlo. Pero, si queréis, contemplemos también otra ciudad atacada de una infección: nada hay que nos lo impida. Pues bien, habrá evidentemente algunos que no se contentarán con esa alimentación y género de vida; importarán lechos, mesas, mobiliario de toda especie, manjares, perfumes, sahumerios, cortesanas 9, golosinas, y todo ello de muchas clases distintas. Entonces ya no se contará entre las cosas necesarias solamente lo que antes enumerábamos: la habitación, el vestido y el calzado; sino que habrá que dedicarse a la pintura y el bordado, y será preciso procurarse oro, marfil y todos los materiales semejantes. ¿No es así?
- Sí – dijo.
- Entonces hay que volver a agrandar la ciudad. Porque aquella, que era la sana, ya no nos basta; será necesario que aumente en extensión y adquiera nuevos habitantes, que ya no estarán allí para desempeñar oficios indispensables; por ejemplo cazadores de todas las clases 10 y una plétora de imitadores, aplicados unos a la reproducción de colores y formas y cultivadores otros de la música, esto es, poetas y sus auxiliares, tales como rapsodos, actores, danzantes y empresarios. También habrá fabricantes de artículos de toda índole, particularmente de aquellos que se relacionan con el tocado femenino. Precisaremos también de más servidores. ¿O no crees que hagan faltan preceptores, nodrizas, ayas camareras, peluqueros, cocineros y maestros de cocina? Y también necesitaremos porquerizos. Estos no los teníamos en la primera ciudad, porque en ella no hacían ninguna falta, pero en ésta también serán necesarios. Y asimismo requeriremos grandes cantidades de animales de todas las clases, si es que la gente se los ha de comer. ¿No?
- ¿Cómo no?
- Con ese régimen de vida, ¿tendremos, pues, mucha más necesidad de médicos que antes?
Muchas más 11.
XIV.
- Y también el país, que entonces bastaba para sustentar a sus habitantes, resultará pequeño y no ya suficiente. ¿No lo crees así?
- Así lo creo – Dijo.
-¿Habremos, pues, de recortar en nuestro provecho el territorio vecino, si queremos tener suficientes pastos y tierra cultivable, y harán ellos lo mismo con el nuestro si, traspasando los límites de lo necesario, se abandonan también a un deseo de ilimitada adquisición de riquezas?
- Es muy forzoso, Sócrates -dije.
- ¿Tendremos, pues, que guerrear como consecuencia de esto? ¿O qué otra cosa sucederá, Glaucón?
- Lo que tú dices – respondió.
- No digamos aún – seguí – si la guerra produce males o bienes, sino solamente que, en cambio hemos descubierto el origen de la guerra en aquello de lo cual nacen las mayores catástrofes públicas y privadas que recaen sobre las ciudades.
- Exactamente.
- Además será preciso, querido amigo, hacer la ciudad todavía mayor, pero no un poco mayor, sino tal que pueda dar cabida a todo un ejército capaz de salir a campaña para combatir contra los invasores en defensa de cuanto poseen y de aquellos a que hace poco nos referíamos.

Notas:

1. Otras teorías sobre el origen de la sociedad en Leyes 676 a-680 e, Prot. 320 c y sigs. Aristót. Pol. 1291 a critica a Platón afirmando que la sociedad no se formó con vistas a lo necesario, sino a lo bueno u honesto, τδ χαλδν. Cf. también Cárm. 161 e.
2. Este es el punto cardinal del diálogo entero, expuesto de parecida manera en 846 d- 847 b. Ya Sócrates había anunciado el principio de la especialización (Jenof. Memor. III 9, 3, 15; Cirop. VIII 2, 5).
3. La herramienta citada pudiera ser el bidente, según un escolio: σχαφίου τιυές δέ άζίυηυ έχ τοϋ έ τέρου μέρους διχελλοειδή.
4. Cf. 918 a 920 c.
5. Obsérvese que Platón no se refiere para nada a la esclavitud.
6. Los griegos cocían en panes la harina de trigo, pero éste era un manjar de lujo, el pueblo se contentaba con harina de cebada amasada, que se ablandaba con agua antes de comerla. Nótese que los habitantes de esta primera ciudad son vegetarianos y no emplean ganado más que para la labranza, transporte y confección de vestidos y calzados.
7. El companage al que se refiere Glaucón es la carne o el pescado; pero Sócrates interpreta la palabra en sentido más amplio e incluye en ella todo aquello que puede comerse con pan. La palabra “banquete” es irónica.
8. Se ha interpretado este esbozo de una primera ciudad como alusión al estado ideal de Antístenes; pero no parece que sea éste el caso. Platón ha trazado aquí un boceto de ciudad primitiva en que dominan los deseos necesarios; Glaucón, tipo característico de lo θυμοειδές (cf.pág. LXXXVIII), plantea nuevas aspiraciones propias de este elemento del alma, pero entonces la ciudad se infecta y llena de humores. Es preciso purgarla, y desinfectarla (III 399 e) para poder llegar, en cuanto a los guardianes, a lo que suele llamarse δευτέρα πόλις de Platón (II 372 e-IV),y en cuanto a los gobernantes, a la ciudad selecta de los libros V-VII.
9. Ha chocado que las cortesanas figuren entre los sahumerios y las golosinas; pero hay paralelos en Aristóf. Acarn. 1090-3 y Anfis fr. 9, apud Aten XIV 642 a. Esto se explica porque, generalmente, las cortesanas o flautistas eran presentadas a los comensales junto con los postres, a la hora de la bebida cf. pág. XIX y Jenof. Memor. I 5, 4, Bang. 176 e, Protág. 347 d, Catulo 13, 4) Shorey cita a Emerson: “the love of little maids and berries”.
10. Incluidos los pescadores.
11. Cf. III 408 c.